Francisco Javier Muñiz

Prof. Dr. Abel Luis Agüer
Director del Instituto de Historia de la Medicina de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires

Adentrarnos en la biografía de Francisco Javier Muñiz presupone una exploración de las más antiguas capas de la medicina nacional. En ella se encuentran su labor médica, y sus descubrimientos de sabio naturalista, unidos a sus patrióticos servicios a nuestra naciente Nación, su fama en el exterior del país al que con sus esfuerzos puso entre aquellos que, aún con casi ningún medio, llamaron la atención de los países centrales de Europa, junto a su tarea como educador, defensor de los derechos de la mujer, y promovedor del progreso.

Nació Francisco Javier Tomás de la Concepción Muñiz en Monte Grande (partido de San Isidro) el 21 de diciembre de 1795, hijo de Alberto José Muñiz y Bernardina Frutos, conocidos vecinos de la localidad y descendientes de una antigua familia andaluza. Ya en el comienzo de su vida su propio nombre era polémico. Según lo explica Sarmiento   en su obra Vida y escritos del Coronel Francisco Javier Muñiz, Tomás correspondía al santo que en ese día marcaba la Iglesia como patrono y que era costumbre que se pusiera a los recién nacidos en esa fecha. Pero el problema era el resto, luego de San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier era el santo jesuita más popular; pero en una onda de laicidad que había invadido a Europa, los jesuitas habían sido expulsados de España en 1767. De esa manera poner a un hijo ese nombre como su patrono significaba peligro de ser acusado de desafección al gobierno laicista. Agravaba además el hecho de que la última advocación del nombre estuviese dedicada a la “pura y limpia concepción sin pecado original” de María, dogma en ese entonces no aceptado universalmente pero sostenido por la extinta Compañía de Jesús.  El nombre de su hijo señalaba las ideas de sus padres que, como gran parte de la pequeña nobleza, lamentaban que sus hijos no pudieran educarse con los excelentes maestros de la Compañía de Jesús. Sin embargo no hay constancia que en aquellos momentos el nombre trajese problemas a su dueño en su niñez colonial.

Poco se conoce de los primeros años de vida de Muñiz. A los doce años (o sea en 1807) sentó plaza como cadete del cuerpo de andaluces, pues luego de la primera invasión inglesa los bisoños regimientos que se formaron lo eran según el lugar de origen hispano de la familia. Si bien por la edad casi infantil del recluta se le dio la excepción de poder dedicar unas horas al estudio. De esta etapa se tienen algunas noticias por los apuntes de quien fuese después el general Brito del Pino, descendiente del virrey del Pino y sobrino de Bernardino Rivadavia que llevó durante su vida un prolijo Diario posteriormente publicado.

Gracias a Brito del Pino se sabe que fue voluntario en la defensa de Buenos Aires y que luchó cuando los andaluces avanzaron hacia Barracas el 1° de julio. Al siguiente día su regimiento fue destinado a los corrales de Miserere y a la Plaza Mayor. Estuvo allí hasta el día 5 de julio en que intentó encabezar una salida para expulsar a los británicos a bayoneta calada. Los hombres que lo acompañaban lo vieron avanzar el primero hasta caer por un tiro en el glúteo. Azuzados por el ejemplo de un niño la salida tuvo éxito. Fue entonces evacuado hasta el Hospital de Sangre del Convento de San Francisco done se le extrajo la bala y tuvo una larga recuperación.

No hay referencias acerca de cuándo dejó Muñiz el regimiento de andaluces, pero sí se puede corroborar que en el año 1812 era alumno en el Colegio de San Carlos. Allí tuvo como principal mentor al canónigo José León Benegas, que sostenía ideas morenistas, y al cual ayudó en la redacción del Manifiesto de la Sociedad Patriótica, cuyo objeto era el de instar a los cabildos del interior al apoyo de las acciones de la Asamblea del Año XIII y a pedir la declaración de la Independencia de las Provincias Unidas.

En el Colegio Carolino estudió bajo la dirección de Benegas latín y filosofía según la costumbre, pero a ellas su maestro le agregó física, matemáticas y ciencias naturales.

Las biografías de Cutolo, y de Piccirilli, Romay y Gianiello consignan que comenzó sus estudios médicos en el Instituto Médico Militar, lo cual es lo más probable. El legajo de Muñiz de la Facultad de Medicina y el correspondiente del Archivo General del Ejército, que hasta que fue consultado por el autor de este artículo, se guardaba lacrado desde los tiempos de Bartolomé Mitre, hacen suponer la certeza de la anterior afirmación.

El Instituto Médico Militar fue creado al extinguirse por las Invasiones Inglesas la Escuela del Protomedicato. Su finalidad era la de formar médicos para las guerras contra España y su régimen era militar. Lo comandaba el Cirujano Mayor Cosme Mariano Argerich, hasta que al crearse la Universidad, en 1822 los alumnos de medicina fueron asimilados por el Departamento homónimo. Allí Muñiz debe haberse recibido de médico  pues en su legajo (N°2.341 Fac. de  Medicina) se aclara que se presentó a revalidar ante el Tribunal de Medicina (que reemplazaba al Protomedicato) el 3 de marzo de 1824. Sarmiento corrobora esas fechas y en cuanto a su doctorado en medicina dice que lo obtuvo el 17 de septiembre de 1844, lo cual parece verosímil.

En el mismo legajo se encuentra el primer destino de Muñiz, su nombramiento como cirujano de segunda en Carmen de Patagones, y luego hasta 1826 cirujano de frontera en Chascomús. Luego tuvo una licencia por enfermedad y repuesto volvió a Chascomús. Exiliado como médico fortinero, Muñiz tuvo la constancia de no abandonar su empeño de perfección científica y cultural, entre 1823 y 1824 colaboró con el periódico Teatro de la Opinión, que políticamente era vocero de un federalismo doctrinario.

En Chascomús revistó como cirujano del regimiento de coraceros de Lavalle asistiendo a los combates de Sauce Grande y Toldos Viejos. Al respecto es de recordar que el personal médico del ejército en esos tiempos no tenía grado militar y no era considerado personal no combatiente, por lo que podía ser atacado y herido aunque sólo asistiera a los lesionados. Ésto unido al exilio de la civilización, más la paga escasa y no puntual hacen ver que  el puesto de médico fortinero era todo menos un lecho de rosas.

Durante su estadía  en Chascomús formó parte de la Sociedad de Amantes de la Ilustración realizando excavaciones paleontológicas en la laguna, descubriendo por  primera vez los restos del armadillo Dasipus giganteus.

Mientras tanto en Buenos Aires comenzaban a agitarse aires de guerra. El gobierno, primero lusitano y luego del Imperio del Brasil, que continuó la política expansionista del primero hacia el Río de la Plata, había logrado hacer retirar hacia el Paraguay a las milicias de Artigas y anexado la Provincia Oriental del Uruguay. A ello Lavalleja respondió con la expedición de los Treinta y Tres Orientales (que eran más de 33 y no todos orietales). Además el gobierno de Buenos Aires prestaba un evidente apoyo a la causa uruguaya que se acentuó al asumir Rivadavia como primer presidente de las Provincias Unidas. Se creó así el Ejército de Observación al cual se le proveyó de un Cuerpo Médico formado por profesionales y alumnos avanzados y comandado por el Cirujano Mayor y Profesor de Cirugía del Departamento de Medicina Francisco de Paula Rivero. A pedido de Rivero, Muñiz fue convocado como subjefe del Cuerpo Médico y enviado al Uruguay. Donde secundó activamente a su jefe e intervino en las batallas y combates de la guerra del Brasil.

No es este el momento para desarrollar las penurias de la marcha hacia el norte uruguayo del Ejército Republicano y de las milicias orientales hasta enfrentarse con los brasileños, lo mismo que los sucesos posteriores de la guerra. Para muestra de lo dicho se transcribe el Boletín N° 7 del Ejército Republicano del 16 de abril de 1827 acerca de las acciones del Cuerpo de Sanidad durante la batalla de Ituzaingó:

“El esmero y la actividad con que han sido asistidos en la batalla de Ituzaingó los heridos del ejército, así como sus enfermos en toda la campaña, hacen el más bello elogio el cuerpo de cirugía. El coronel Rivero, cirujano mayor, ha desplegado su distinguido talento y genio activo, igualmente que el teniente coronel Muñiz médico y cirujano principal”.

Mientras participaba en la guerra, Muñiz elevó a la Universidad el pedido de que se creara la Cátedra de Partos. A consecuencia de esa propuesta se erigió  en el Departamento de Medicina la Cátedra de Partos, Enfermedades de Mujeres y Medicina Legal, para la cual fue designado Muñiz el 8 de julio de 1827, pero para tomar posesión finalizada la guerra. Existía entre los diversos autores la duda de si Muñiz se había hecho cargo o no de la misma. Para solucionar este tema el autor de este artículo revisó  en el Archivo General de la Nación (AGN) el legajo X-14-3-6, donde se encuentra el pedido de Muñiz y los informes favorables  del cirujano Rivero y del General Carlos María de Alvear. En el AGN X-44-7-23 se encuentra el nombramiento de Muñiz, firmado por Rivadavia el 5 de julio de 1827.

El problema radicó en que Rivadavia había renunciado a la presidencia el 27 de junio y hasta la nominación de su sucesor solamente firmaba los despachos de rutina. Producido los cambios de gobierno finalmente el 8 de septiembre de 1827 la designación de Muñiz fue suspendida sin que pudiera hacerse cargo.

Finalizada la guerra en 1828 contrajo matrimonio con Ramona Bastarte y se radicó en el pueblo de Lujan donde el gobernador Manuel Dorrego lo nombró médico de policía y administrador de vacuna. Su estancia allí duró durante veinte años que fueron, tal vez, los más prolíficos de su carrera como científico. Al no haber botica en Luján Muñiz abrió una, ejerciendo ambas profesiones. Ya con Rosas en el gobierno fue además designado médico del Regimiento N° 2 de milicias al que acompañó en los combates de Las Cortaderas y Pueblos Grandes.

En Luján tuvo la oportunidad de atender a la esposa y a la madre del prisionero general Paz; pero su gran labor fue la paleontología. Efectuó así su más conocido descubrimiento: el esqueleto del tigre de dientes de sable o Smilodon bonaerensis, el felino más grande que habitó en las pampas, cuyo nombre inicial fue el Muñifela felix en  honor a su descubridor. También de esa época son sus escritos para responder a un corresponsal británico acerca de la vaca ñata, (Ñata oxen) especie bovina que solamente se encontró en nuestro suelo. Otros escritos dignos de mención fueron los apuntes topográficos del centro de la Provincia de Buenos Aires donde estudia la calidad del suelo, las aguas y la atmósfera y su influencia acerca de las enfermedades comunes en la región. Su extensa monografía acerca del ñandú que más se asemeja por su extensión a un libro, es un estudio completo del ave no voladora y de la forma de caza con boleadoras. Este tipo de cacería solamente puede hacerse con un elemento rotatorio (como explica Muñiz)  por el hecho de que en la pampa no hay árboles, lo que igualmente pasa sólo en Australia con el bumerang. Muñiz estudia también la efectividad de la boleadora y llega a la conclusión de que la misma alcanza un radio de tres veces su largo, más allá de lo cual se convierte en un “tiro de suerte” como el que voltearon al caballo del general Paz.

En el terreno militar, Muñiz aboga por numerosas medidas entre las que se destacan la creación de hospitales de campaña y la profilaxis de las enfermedades comunes del campamento. Pero junto a ello sus preocupaciones transcurren asimismo por un terreno civil como su estudio de vocablos y americanismos en el idioma castellano, y su adhesión al frustrado intento de Sarmiento de escribir el castellano en forma totalmente ortográfica expuesta por carta a la Real Academia Española.

Su artículo sobre la “descripción y curación de la escarlatina” inauguró la literatura médica argentina en 1844. En 1848 en varias publicaciones defendió el uso del recién descubierto éter para la anestesia de los pacientes.

Por su labor en la propagación de la vacuna la Sociedad Jenneriana de Londres lo había incorporado como socio, pero su fama en el exterior se acrecentó cuando fue publicado su escrito sosteniendo que una enfermedad que él había encontrado en equinos y el cow pox de los bovinos son dos procesos independientes y al mismo tiempo efectuó el hallazgo de cow pox en una vaca pampeana. Conclusión que fue confirmada por los franceses en 1882, que ignoraban el antecedente de Muñiz. En el orden nacional se puede afirmar que Muñiz evitó la pérdida de la vacuna en el país en 1844. En efecto por una imperdonable desidia se echaron a perder en la ciudad porteña todas las placas que contenían la linfa vaccinal. Enterado Muñiz viajó de urgencia desde Luján a la ciudad de Buenos Aires con una hija recién nacida y vacunada que tenía aún las vesículas de las que se podía extraer la preciosa linfa para la vacuna brazo a brazo.

En 1844 Muñiz se doctoró en Medicina y decidió partir de la Villa de Luján. Uno de los problemas de esa mudanza fue el destino de la rica colección de fósiles que él poseía. Por esa causa un año antes había enviado la misma al gobernador Juan Manuel de Rosas, quien a su vez los obsequió al almirante Dupotet jefe de la escuadra francesa recalada en nuestras aguas, el que las envió a Europa.

Pero todo este proceso no fue tan sencillo. En la donación de 11 cajones de fósiles no se le dijo a Muñiz su destino. Por lo tanto, el donante ignoraba el lugar de exposición. Ello llevó a Muñiz a ponerse en comunicación con el Sr. Lamb un comerciante británico relacionado con Charles Darwin. La correspondencia de o acerca de Muñiz conforma tres cartas publicadas por Sarmiento y modernamente estudiadas por Juan Antonio Barcat en la Revista “Medicina” de Buenos Aires. En una de ellas del 26 de febrero de 1847 Darwin aconseja a Muñiz sobre el destino de su colección y le pide datos acerca de otras faunas aborígenes y sobre las costumbres locales.

No debía escapar al inglés ni el mérito de las observaciones de nuestro naturalista ni las dificultades de hacerlo en tierras del Plata. En otra de sus cartas dirigida a Lamb comenta sobre Muñiz que es necesario alentarlo en su difícil labor y que además “debería ser pobre” aludiendo que vivía en un lugar entonces tan periférico como Luján. Este valioso repositorio documental muestra que probablemente Muñiz haya sido el único sudamericano consultado por Darwin antes de la edición de su obra El Origen de las Especies (1859). Finalmente se sabe que la colección Muñiz se encuentra expuesta en Francia.

 En ese año de 1848, además de su traslado a Buenos Aires, coinciden sus biógrafos que Muñiz se doctoró en Medicina pero sin obtener mayores datos al respecto. Ya en la ciudad se lo designó en 1859 conjuez del Tribunal de Medicina y recién en 1850 pudo hacerse cargo de su Cátedra de Partos. En el AGN consta este nombramiento con la salvedad de si el cargo no hubiera sido anulado. Como se recordará la asunción de la Cátedra por Muñiz, no había sido anulada si no “suspendida” por lo cual no tuvo inconvenientes.

Muñiz no era afecto a la política, pero era doctrinariamente federal aunque no gustaba de la violencia. Por esa causa al realizarse el pronunciamiento de Urquiza no se ofreció para luchar en Caseros pero sí organizó la botica del Ejército Federal. Vencido Rosas otro dilema se volvió a presentar: debía elegir entre su fidelidad a la Provincia o a la Confederación. Eligió servir a su provincia natal apoyando la revolución de 11 de septiembre de 1853, siendo integrante de la Cámara de Diputados y al año siguiente senador. Mientras al mismo tiempo recibía su nombramiento de Presidente de la Facultad de Medicina (equivalente al actual decano).

Pese a tener ya una edad avanzada para la época, al declararse la guerra entre Buenos Aires y la Confederación se presentó voluntario como médico del bando porteño. En la batalla de Cepeda y mientras asistía a un herido recibió un lanzazo en el pecho, fue tomado prisionero y se debatió la posibilidad de fusilarlo. Terminada la guerra la convalecencia de su herida tardó casi un año, Al  no haber grado de oficial  para los médicos, Mitre lo ascendió al grado de Coronel  Graduado Honorario (1860). Asimismo al reintegrarse Buenos Aires a la Confederación, Muñiz fue uno de los delegados porteños para la adaptación de la Constitución de 1853 a las nuevas circunstancias. Fue diputado provincial y senador nacional electo.

Como Presidente de la Facultad, cargo que ejerció desde 1855 hasta 1862, organizó la enseñanza de las parteras con lo cual abrió las puertas de la Universidad a las mujeres. En 1864 publicó en forma de folleto “Extracción forzada de un feto a término” primer trabajo de obstetricia de la medicina nacional.

Al declararse la guerra con el Paraguay volvió a presentarse como voluntario ante el general Juan Andrés Gelly y Obes para prestar servicio en el ejército. Como Cirujano Mayor fue destinado a los hospitales de Corrientes e intervino en las batallas de Yatay y Uruguayana. Permaneció en servicio activo hasta 1868, ya enfermo se retiró de la cátedra y del ejército en 1869.

En el verano de 1871mientras estaba radicado en Morón estalló la epidemia de fiebre amarilla. Por su avanzada edad Muñiz fue dispensado de intervenir en la misma, pero ante la gravedad de la epidemia el veterano médico no hizo caso. Atendiendo pacientes contrajo el mal y  falleció el 8 de abril de 1871.

Luego de su muerte muchos de sus compatriotas se enteraron que Muñiz estaba distinguido como: miembro honorario de la Real Sociedad Jenneriana de Londres, socio corresponsal de la Academia de  Medicina y Cirugía de Barcelona, miembro corresponsal del Instituto Histórico y Geográfico del Brasil, socio corresponsal y emérito de la Academia  Quirúrgica Matritense, socio honorable del Instituto Histórico y Geográfico del Río de la Plata, socio correspondiente de la Academia de Medicina de Zaragoza, socio honorable de la Real Academia de Escritura Antigua de Noruega, caballero de la Orden del Vasa de Suecia y medalla Berzelius de Sociedad Médica de Suecia.

La herida de Lavalle: antes de finalizar el relato considero importante destacar que toda la obra científica de Francisco Javier Muñiz estuvo acompañada de sus servicios médico-militares sirviendo en ambos con el mismo denodado afán. Su valor, su devoción al servicio, y su entrega más allá de las discrepancias son dignos de destacar, en un momento en que las pasiones hacían que los argentinos vieran a quien pensara distinto no un compatriota con otra opinión si no a un enemigo.

Hemos dicho que Muñiz era afecto al partido federal, lo cual no impidió que en los fortines del desierto se hiciera amigo del unitario Juan Lavalle, su jefe de regimiento. Las circunstancias se dieron para que se reencontraran en la campaña del Brasil, en donde la carga de Lavalle y Paz definió el triunfo de Ituzaingó. Pero con esta batalla no finalizó la guerra que se prolongó en una serie de combates de menor calibre pero también con muchas víctimas.

Además de las continuas escaramuzas en 1827 se produjeron tres grandes combates:  Camacuá (23 de abril), Yerbal (24 de mayo), y Punta del Este (19 de agosto). En el Yerbal las fuerzas comandadas por el nuevo coronel mayor Lavalle (ascendido luego de Ituzaingó) pudieron con una furiosa carga dispersar a una división enemiga que picaba su retaguardia.

 En realidad la agrupación de Lavalle, comisionada para conseguir caballada fresca en campo enemigo, se había adentrado mucho sobre las líneas brasileras y era posible que prontamente los imperiales recibieran refuerzos. Además el estado de sus caballos extenuados imponía regresar al cuartel. Era pues imprescindible una rápida retirada. Pero el recuento de heridos reservaba una sorpresa, Lavalle había sido herido.

El intrépido soldado de las grandes cargas como la de Río Bamba, nunca había sido tocado ni por el plomo ni por el acero de los sables a pesar de cargar siempre a la cabeza de sus hombres. Para los supersticiosos constituía además una señal de que la suerte los abandonaba.

Muñiz, que días después revisó al herido dice en el libro publicado por Sarmiento: La bala atravesó la parte superior de la pierna izquierda, tocando ligeramente uno de sus huesos por cuyo promedio pasó.

Es decir que Lavalle tenía una bala alojada debajo de la rodilla y sobre la protección que hubiera podido darle la bota de montar. A ninguno de sus veteranos se escapaba lo complicado de la situación: en esa época un tiro en la pierna sin atención médica, lo más probable es que terminara en gangrena con amputación, o en la muerte. Relata el ayudante Danel en su “Autobiografía” que recogió a su jefe, lo puso en una camilla y lo llevaron por 80 leguas mientras eran perseguidos por los brasileños.

El 26 de mayo llegó al cuartel del Ejército Republicano la noticia de lo ocurrido y se dispuso que el cirujano principal atravesase las líneas enemigas, buscase al cuerpo de las Provincias Unidas y atendiese a Lavalle.

Esa misma noche, en medio de una tormenta tropical que obligó a cruzar los ríos del camino a nado, Muñiz y una corta comitiva emprendieron el viaje. Cuatro días después llegaron al Yerbal al que encontraron ocupado por soldados rigrandenses de los que tuvieron que ocultarse. Ya sin saber dónde estaban las tropas nacionales el cirujano y los seis soldados que lo acompañaban batieron el terreno ocultándose del enemigo.  Finalmente dieron con un chasque de Lavalle que les indicó el camino, llegando a su campamento el 30 de mayo, es decir seis días después de la herida.

Los cuidados de Muñiz y la robusta salud de Lavalle, lograron una recuperación sin complicaciones. Pudiendo regresar al campo argentino y tranquilizar a la población de Buenos Aires que seguía con atención las noticias de la Banda Oriental.