Día Mundial de la Leucemia Mieloide Crónica
22 de septiembre - Dr. Salvador Bruno
La leucemia mieloide crónica (LMC) es una enfermedad maligna caracterizada por una proliferación descontrolada de uno de los tipos de leucocitos o glóbulos blancos, los granulocitos.
La LMC tiene una incidencia mundial de 0.87 personas por 100.000, aumentando con la edad a 1.52 per 100.000 en pacientes mayores de 70 años. Tiene un pequeño predominio en hombres, y la edad media de diagnóstico es 56.
Los factores de riesgo predisponentes son desconocidos, pero existe un incremento de la incidencia de LMC entre los sobrevivientes de la bomba atómica.
La LMC inicia por una alteración genética donde dos genes de distintos cromosomas se translocan recíprocamente presente en 90 a 95% de los pacientes. El ABL1 del cromosoma 9 y el BCR del 22. La fusión de los dos genera una onco-proteína BCR-ABL1, llamada cromosoma Philadelphia por el lugar donde se describió originalmente. Esta proteína de fusión actúa como una enzima tirosina quinasa defectuosa, afectando una serie de pasos metabólicos que conllevan a la proliferación desmedida de granulocitos.
La LMC puede agruparse en tres fases: fase crónica, fase acelerada y fase blástica. En la fase crónica la célula stem (madre) leucémica esta confinada a los tejidos hematopoyéticos, mientras que, en la fase bastica, las células stem leucémicas gana capacidad invasiva y les permite infiltrar otros órganos como el bazo, resultando en esplenomegalia. El proceso de transformación de la fase crónica a la acelerada o a la fase blástica pareciera ocurrir por nuevas alteraciones genéticas complejas.
En las etapas iniciales de la LMC, la mayoría de los pacientes son asintomáticos.
Con frecuencia, se sospecha de la LMC durante un hemograma de rutina que revela leucocitosis y basofilia.
En la fase crónica, cuando la mayoría de los pacientes son diagnosticados, los síntomas más frecuentes, son la fatiga, pérdida de peso, sudor frio, y dolor abdominal o saciedad precoz debido a la esplenomegalia.
La LMC requiere para su diagnóstico un mínimo de los siguientes pasos:
Historia clínica y examen físico, hemograma completo con su diferencial, análisis químicos completos de función hepática, renal y metabolismo, panel de hepatitis B, examen de aspirado de medula ósea y la reacción reversa de transcripción de polimerasa (RT-PCR).
En el pasado, el tratamiento de la LMC se basaba en reducir el recuento de leucocitos con droga como el busulfan e hidroxiurea que han sido abandonadas, en la actualidad. Lo mismo ocurrió con el interferón que fuera usado en primera línea por proveer mejor sobrevida y repuesta molecular. El curso natural de la fase crónica procedía irremediablemente la aceleración y a fase blástica con mínimos recursos terapéuticos para su manejo, incluyendo el trasplante de medula ósea.
Con la introducción del primer inhibidor de tirosina quinasa para estudios clínicos a principios de la década del 2000, se produjo un cambio radical de tratamiento de la LMC, demostrando que el imatinib era muy superior en respuestas cito genéticas, molecular y sobrevida comparado al mejor tratamiento disponible hasta entonces, interferón más dosis bajas de citarabina.
Desde ese momento, imatinib se utilizó y aun se utiliza en el tratamiento de la LMC en su fase crónica.
Con tratamiento continuo, aproximadamente el 90% de los pacientes con LMC logran sobrevida similar a las personas sin LMC. Sin embargo, el 10% restante de pacientes presentan resistencia a imatinib, mostrando la falla en lograr respuesta molecular y requieren inhibidores de tirosina quinasa de segunda o tercera generación.
En la actualidad, otros inhibidores de tirosina quinasa han engrosado el armamentario terapéutico a saber: nilotinib, dasatinib, ponatinib y otros con indicaciones precisas.
El objeto de la terapia de la LMC hasta hace unos años fue retardar la progresión a la fase blástica, minimizar, síntomas, y aumentar la sobrevida global que ya logra en la mayoría de los pacientes en la actualidad. Nuevos objetivos se están definiendo como la posibilidad de remisión libre de tratamiento que conlleva la suspensión del tratamiento después de remisiones moleculares óptimas, sostenidas por un período prolongado de más de 5 años de tratamiento.
Numerosos estudios controlados se están llevando a cabo en el mundo, incluyendo a nuestro país, para mejor definir el porcentaje de pacientes que continúan en remisión continua molecular que no sería menor al 50%, según datos de estudios controlados y prolongados. Además, se está activamente estudiando los mecanismos probables de la diferencia entre los pacientes que sostienen la remisión libre de tratamiento y los que recaen y vuelven a requerir manejo terapéutico.