Eugenia Sacerdote de Lustig
Prof. Dr. Abel Luis Agüero, Prof. Dra. Livia Lustig y Acad. Antonio Raúl de los Santos.
Al ser nuestra patria un país de inmigración se da el caso de numerosos extranjeros arraigados en estas tierras que, nacionalizados y compenetrados de nuestro destino, deben considerarse también como un argentino más que con su esfuerzo contribuyeron al progreso de la nación.
Una buena proporción de ellos ha descollado en las distintas funciones desempeñadas, mereciendo el aplauso y el respeto de su país de acogida e incluso del ambiente internacional.
Uno de ellos es seguramente la ítalo argentina Eugenia Sacerdote de Lustig. Nacida el 9 de noviembre de 1910 en Turín, en el norte de Italia cercana a la frontera francesa/ suiza, experimentó en su infancia la proximidad de la Primera Guerra Mundial. Vivía cerca de la estación de trenes; uno de sus recuerdos era el de la llegada del tren con los heridos. Cuando estos eran pocos, en su familia se comentaba que la guerra podía ir bien para Italia y en caso contrario, a la inversa.[1]
En edad de seguir con su educación secundaria recibió la que se impartía a las mujeres en los tiempos del gobierno fascista. La doctrina mussoliniana concebía el rol de la mujer como madre de familia y no como un actor social en igualdad con el hombre. Para el gobierno era prioritario en consecuencia educar a las niñas para cumplir su rol materno, dando al país muchos hijos, en especial varones, que asegurarían a Italia contar con soldados en abundancia. En consecuencia, el liceo femenino enseñaba historia, literatura, labores y crianza de los niños, sin que sus egresadas pudieran acceder a la universidad.
Pero a Eugenia ello no le bastaría. A los 18 años un hermano mayor se accidentó y ella tuvo que cuidarlo durante su internación. Al conocer en esta circunstancia el funcionamiento de un hospital, se afianzó aún más una asombrosa decisión: pese a todos los prejuicios de la época estudiaría medicina.
Igual idea tuvo también una prima, Rita Levi Montalcini con la cual tenían un año de diferencia y habían sido compañeras de estudios. Para eso debían rendir todas las materias que los varones cursaban y ellas no, en ocho años de estudios: ocho niveles de latín, cinco de griego, matemáticas, física, química, ciencias naturales, etc. Ambas se plantearon estudiar y rendir todo antes del ingreso al próximo año a la universidad, para lo cual tomaron dos profesores para que las prepararan. Eugenia prefería estudiar temprano; por el contrario, Rita estudiaba de noche, pero para este emprendimiento el horario de estudios se pactó de cinco de la mañana a doce de la noche. Inclusive cuando llegaron las vacaciones ellas acompañaron a uno de los docentes para no perder días de clase. El esfuerzo tuvo sus frutos, las dos primas aprobaron los ocho años de estudio en los exámenes del colegio de varones.[2]
En secreto incluso para su familia que tampoco aprobaría su decisión, Eugenia se inscribió en 1931 en la carrera de medicina en la Universidad de Turín. Oficialmente para todos estudiaba matemáticas que era una profesión socialmente aceptable para una mujer de esa época; pero al poco tiempo de iniciar las clases su madre descubrió el secreto al encontrar los huesos del esqueleto con los que Eugenia, como todos los estudiantes, se preparaba para los exámenes de anatomía.
Tampoco fue grata para las dos primas su estadía universitaria. En la Facultad, en medio de 500 varones habían ingresado 5 mujeres que eran objeto de bromas groseras, robos de útiles y hasta golpes y empujones. La situación era tan desagradable que las primas tuvieron que pedirle a un portero que les permitiera ingresar a la facultad por su casa que comunicaba con las aulas. Sin embargo, obtuvieron ayuda de parte del profesor Giuseppe Levi que seleccionó a Eugenia y a Rita para trabajar con él junto a los estudiantes Salvatore Luria y Renato Dulbecco. Rita y los dos varones fueron décadas después cada uno Premio Nobel de Medicina y Eugenia desarrolló su brillante carrera en nuestro medio, lo que comprueba el excelente criterio del profesor Levi para elegir a sus ayudantes. En esa cátedra, y bajo la dirección de Hertha Mayer, aprendió la para ese entonces, novedosa técnica de cultivos de tejidos, que signaría gran parte de su actividad futura y fue motivo de su tesis de graduación (1936), calificada con el máximo puntaje y el Summa cum laude, que debió defender como era obligatorio, con la insignia fascista prendida en su blusa.[3]
En 1937 contrajo matrimonio con el ingeniero Maurizio Lustig y tuvo a su primera hija Livia, posteriormente médica y profesora titular de la Universidad de Buenos Aires.
Decidida a ejercer la medicina se instaló con su familia en Roma, a pesar de algunas dificultades derivadas todavía de ser mujer y médica, como la anécdota por ella contada, que estando de guardia al atender a un ciclista herido en un accidente, el mismo le pidió que llamara a “un médico de verdad”.[4]
Para su desgracia el gobierno de Mussolini decidió dictar en 1938 “Il manifesto della razza”, que contenía la discriminación hacia los ciudadanos de origen judío. Eugenia y su familia se vieron así privados de sus trabajos, inhibidos de ejercer sus profesiones y sin ningún medio para mantenerse. Ante esta situación era necesario para ellos abandonar su país, en el cual el futuro se mostraba aún más amenazante para los miembros de la religión mosaica. Buscaron entonces emigrar a los Estados Unidos. Pero los pedidos de visado producidos por la diáspora de ítalo-judíos habían agotado el cupo. Apremiados por huir Mauricio, que trabajaba en la sección cables de la empresa Pirelli, tuvo la promesa de que sería recontratado en la Argentina donde ya existía una sucursal de la firma, y hacia nuestro país dirigieron su rumbo.
El grupo familiar que arribó a Buenos Aires en 1943 estaba integrado por el matrimonio, su hija y la madre de Lustig. Desgraciadamente, la fábrica Pirelli que hasta ese momento se dedicaba principalmente a la fabricación de artículos de caucho no pudo abrir la sección de conductores eléctricos, ya que al haberse declarado la guerra, las máquinas necesarias para la producción de cables no habían aun llegado desde Italia. Así pues, luego de un breve lapso Maurizio debió trasladarse a San Pablo para trabajar en la Pirelli brasileña y luego se le reunió el resto de la familia. Después de un año, volvieron a Buenos Aires ya que Maurizio pudo integrarse a la nueva sección de Pirelli; pero Eugenia tropezó con un nuevo inconveniente: las autoridades nacionales no le reconocieron su título de médica y ni siquiera el de sus estudios secundarios.
Durante esos años, no supo nada de la suerte de su familia que había dejado en Italia, ignorando si estaban presos, vivos o muertos.
Impedida de ejercer la profesión, pero decidida a no desconectarse de la medicina, Eugenia Sacerdote de Lustig encontró un resquicio. No había impedimento en que cualquier persona se dedicara a la investigación si no se hacía sobre seres humanos. Así pues, en 1942 pidió ingresar como colaboradora “ad honorem” a la cátedra de Histología en la Facultad de Medicina, a cargo del Profesor Manuel Varela.
Allí comenzó a practicar su especialidad en cultivos de tejidos. Vista su efectiva labor en el terreno de la ciencia, Eugenia comenzó a ser apreciada en su medio. Vuelto a la Argentina, el profesor Eduardo De Robertis la presentó al Profesor Bernardo Houssay. Como no había forma de rentarla, se le propuso un curioso arreglo: la cátedra recibía una pequeña parte de su presupuesto para reponer el material de vidrio (matraces, pipetas, portaobjetos, etc.) que tan frecuentemente se rompen en los laboratorios. Si de ese fondo quedaba algo eso se hacía pasar como compra de material roto y se le daba a la nueva colaboradora. Es de imaginarse el celo con que Eugenia procuraría que nada le pasara a los vidrios del laboratorio.[5]
En 1948 (sin que su título fuera reconocido) el Dr. Domingo J. Brachetto-Brian, director del Instituto de Medicina Experimental para el Estudio y Tratamiento del Cáncer, (hoy Instituto de Oncología "Ángel H. Roffo"), la incorporó al mismo para que realizara cultivos de células cancerosas.
En 1953 y ya bajo la dirección del Dr. Abel Canónico, creó en ese Instituto la Sección de Cultivo de Tejidos transformada en 1966 en el Departamento de Investigaciones que ella dirigió desde esa fecha hasta su jubilación en 1986. En dicha Sección, la Dra. Lustig formó numerosos becarios y doctorandos. Luego de algunos años, comenzaron a dictarse cursos de Cultivo de Tejidos en forma regular, aun hoy, vigentes.
Paralelamente en 1951 fue invitada a aplicar la técnica de cultivos tisulares orientada hacia la virología en el Instituto Nacional de Microbiología Carlos Malbrán. Durante su desempeño, en 1956 se desencadenó en la Argentina una epidemia de poliomielitis. En ese período Eugenia y sus escasos colaboradores (entre ellos, la Dra. Angélica Teyssié y la técnica Catalina Sasko) trabajaron muy intensamente para poder realizar el diagnóstico de infección en las numerosas muestras que llegaban todos los días al Instituto.
Si las muestras estaban infectadas con el virus las células humanas en cultivo, eran destruidas en pocas horas. En esas circunstancias se arriesgó a trabajar con virus vivos poniendo en peligro su salud y la de sus convivientes. Ella misma relata que al terminar cada día junto a su auxiliar técnica quemaban los materiales usados y se cambiaban las ropas antes de retirarse del Instituto. Finalmente decidió enviar a sus hijos a Uruguay a casa de un pariente y ella los visitaba los fines de semana. [6] En vista de la gravedad de la epidemia, la Organización Mundial de la Salud le otorgó una beca para visitar centros médicos de Canadá y Estados Unidos, donde se convenció de la efectividad e inocuidad de efectos secundarios de la vacuna antipoliomielítica elaborada por Jonas Salk poco tiempo antes. Como aún la misma estaba algo discutida en el ambiente científico, consultó con su viejo compañero y amigo, el Premio Nobel Renato Dulbecco, quien también era partidario de la vacuna Salk.
Retornó entonces a Buenos Aires y para vencer resistencias locales en contra de la vacunación, se autovacunó y luego hizo lo mismo con sus tres hijos. Al difundirse la noticia el público saturó al Instituto Malbrán pidiendo vacunar a sus pequeños y finalmente las autoridades sanitarias liberaron la vacunación en masa, salvando con ello a miles de niños argentinos de la terrible enfermedad.[7]
Con todos estos antecedentes el gobierno argentino revalidó su título recién en 1957.
En 1958 ingresó a la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la UBA como profesora titular de Biología Celular, cargo obtenido por concurso que desempeñó con entusiasmo y al que renunció en 1966 a causa de la “noche de los bastones largos”. Al respecto es conocida la anécdota, en la que se explica porque se salvó de los golpes propinados a docentes y estudiantes. Ese día ella pensaba seguir trabajando en la Facultad hasta tarde. Cuando intentó avisar su demora a su familia encontró que los teléfonos del edificio estaban cortados, por lo que para avisar que llegaría tarde recurrió al teléfono de un bar de enfrente de la Universidad. Al querer volver a la cátedra encontró que había llegado la policía y comenzado la golpiza.
En 1961 ingresó en el recién creado CONICET del cual al jubilarse como investigadora superior fue declarada investigadora emérita.
Su principal línea de investigación estuvo centrada en el estudio de la biología de la célula cancerosa, en particular: la carcinogénesis química y viral, los mecanismos de la transformación maligna, el proceso de invasión tisular, el desarrollo de metástasis y su relación con la angiogénesis. En 1970 falleció su esposo, el ingeniero Maurizio Lustig.
Para recuerdo de su agitada vida escribió para sus nietos unas memorias que pese a ser dedicadas a una lectura familiar, finalmente fueron editadas con el nombre de “De los Alpes al Río de la Plata”, en las que hace notar su nostalgia por su tierra natal.
Pese a su retiro siguió en actividad concurriendo al Instituto Roffo todas las mañanas en colectivo, razón por la cual la línea 80 que la transportaba la designó “Pasajera Ilustre”. Con más de 80 años, se atrevió a abrir, en colaboración con un grupo de neurólogos, una nueva línea investigativa, la búsqueda de posibles marcadores periféricos para el diagnóstico precoz de la enfermedad de Alzheimer.
Se le diagnosticó en ese entonces un melanoma ocular, que la obligó a viajar a los Estados Unidos a tratarse en el John Hopkins Hospital, de donde fue dada de alta, curada. Sin embargo, una enfermedad degenerativa macular le fue privando de la vista hasta dejarla ciega, dependiente de que otras personas le leyeran y a usar una computadora parlante.
Eugenia Sacerdote de Lustig falleció en Buenos Aires el 27 de noviembre de 2011, a los 101 años de edad.
En una sentida recordación que de ella hizo, la doctora Christiane Dosne de Pasqualini reproduce unas frases de Eugenia que resumen su conclusión final acerca de su labor:
Los vaivenes de la política argentina no me han facilitado mi carrera profesional. Pero a pesar de todo no me quejo: he podido trabajar en lo que quería, he podido orientar a muchos jóvenes… Estoy agradecida a todos los numerosos colaboradores por haberme ayudado a superar los obstáculos que el destino puso en mi camino. [8]
Consultando a su hija acerca de cuáles eran los rasgos fundamentales de la personalidad de su madre, ella contestó sin dudar, la gran pasión por la investigación científica que se nutría de una enorme curiosidad por los fenómenos biológicos.
A esa curiosidad que estuvo siempre presente hasta el final de sus días se le agregaba, mucho estudio, mucho trabajo experimental, capacidad e inteligencia para proponer hipótesis novedosas y dedicación a la formación de discípulos. También tuvo la perseverancia de seguir adelante a pesar de numerosas dificultades que fueron apareciendo en su camino.
[1] hhtp:// mujeres de Ciencia youtube.co/wacht?v=CZ71zNRUel
[2] https: Mujeres de Ciencia/ youtube.com/wacht? V=CZ71ZNRUel
[3] Diario INFOBAE de Buenos Aires. Edición del 11/09/24.
[4] Htttps./Entrevista a E. S. de Lustig youtube,com/wacht?=GyeABJIGC
[5] https://ciencia.conicet.gov.ar/Eugenia-sacerdote.de-lustig/hoja-de-vida.
[6] Enrevista a E S L Opus cit.
[7] https://ciencia.conicet.gov.ar/Eugenia-sacerdote.de-lustig/investigadora.
Agüero, Abel Luis. Poliomielitis en la Argentina: epidemias, políticas sanitarias, tratamientos e instituciones. Buenos Aires. Revista Argentina de Salud Pública. Ministerio de Salud de la Nación. Diciembre de 2020.
[8] Dosne de Pasqualini, Chistiane, Recuerdos de Eugenia Sacerdote de Lustig (1901-2011). Buenos Aires. Revista Medicina Vol 72 N° 2. Marzo-abril 2012.