José María Ramos Mejía
Prof. Dr. Abel Luis Agüero. Director del Instituto de Historia de la Medicina. Facultad de Ciencias Médicas. UBA.
La obra y vida de uno de los primeros médicos positivistas argentinos resulta tan frondosa y enriquecedora como difícil de compendiar en unas pocas páginas. Por esta causa el presente artículo se desarrollará en tres secciones a los fines de abarcar lo más posible, en un espacio que no exceda los límites habituales de los escritos en esta serie de biografías.
Las mismas comprenderán:
- Recepción vernácula del positivismo,
- Biografía esquemática de Ramos Mejía, y
- Algunos comentarios sobre su obra.
Recepción vernácula del positivismo
La Revolución Industrial y sus consecuencias: la proletarización de los antes artesanos, su concentración en torno a las máquinas que produjo la explosión demográfica en las ciudades y las luchas por los mercados con el aumento del colonialismo, necesitaban encontrar una doctrina como la positivista que justificara esos procesos. Según su creador Augusto Comte, al llegar la humanidad al período positivo se decretó el fin de la metafísica, reemplazada por la ciencia rigurosa y metódica, en una sociedad cuyo más excelente representante era en su pensamiento, el empresario industrial.
En el Río de la Plata, y en especial en Buenos Aires, luego de Caseros se abrieron los canales de comunicación y asimilación de ideas (a veces demasiado acrítica) con los países centrales. Y fue por esta causa que el positivismo se convirtió en una doctrina dominante en el cuerpo médico.
No era para menos lo que la nueva visión ofrecía; tomando algunos ejemplos la nueva ciencia de la mecánica social (sociología) permitía entender no solamente viejos males sino también la causa de los que las nuevas condiciones de vida causaban. Para combatirlos estaba el higienismo, mientras la epidemiología prevendría las enfermedades transmisibles, y pocas décadas después la bacteriología llegaba a revelar entre otras maravillas el origen de numerosas dolencias.
Las ciencias médicas adoptaron el esquema de las ciencias naturales y sus principios comunes: 1-sólo es válido como demostración lo que se observa por los sentidos, 2- el realce de esta observación se logra cuando se llega a una explicación etiológica y más aún si ésta es cuantificada. 3- todo lo anterior llevará a la enunciación de leyes de causa-efecto universales e independientes de cualquier otra cosa que no fuera las causas científicamente comprobadas.[1]
La recepción del darwinismo fue asimismo otra corriente que apuntalaba la ciencia por sobre la noción creacionista propagada por la religión.
Los positivistas adoptaron rápidamente sus ideas y, ya para los finales de la vida de Ramos Mejía, se podían observar al respecto dos corrientes de opiniones. Una de ellas a la que adherían la mayoría de los docentes era la comtiana (Auguste Comte 1798-1857), que confiaba en que la educación podía de alguna forma moderar ciertos desvíos del comportamiento de los marginales.
A la inversa, la versión spenceriana, (Herbert Spencer 1820-1903) sostenida por los médicos, afirmaba la inexorabilidad de la herencia en la conducta de las personas.
Faltaban muchas décadas para que la epigenética acercara ambas posiciones, y por ello la medicina del momento apreció y puso en práctica las teorías de Lombroso en la psiquiatría y en la medicina legal.
Toda esta renovación de ideas se fue uniendo a los indudables progresos que el positivismo trajo a la medicina, tales como la anestesia y la antisepsia quirúrgica, los rayos x, las vacunas, las Convenciones Sanitarias Internacionales, la aparición de nuevas especialidades, y numerosos avances más.
La fe en la ciencia hizo que muchos de los galenos dejaran de lado las creencias religiosas de la sociedad. Al mismo tiempo el progreso que se advertía llevaba a que se tomaran o propusieran medidas de gobierno que introducían al Estado en terrenos que antes no habían sido tenidos en cuenta, tales como la educación común y laica, la obligatoriedad de la vacuna, el registro civil de matrimonios con análisis prenupciales, nacimientos y defunciones, desinfecciones obligatorias, la cremación de cadáveres y muchos otros temas.
Debe remarcarse que los positivistas se decían liberales en lo económico, pero en otros campos sobre cuestiones médicas, eran decididamente intervencionistas.
Otro aspecto de importancia era el siguiente: no había en el país suficiente cantidad de intelectuales especializados en cada rama del gobierno, por lo cual (y se podrá ver en el propio Ramos Mejía) los que estaban debieron ocuparse, en general con acierto, de tareas que no correspondían a su preparación universitaria.
No toda la sociedad ilustrada de Buenos Aires estuvo de acuerdo con el positivismo; en este período se pudo ver en todos los campos la puja entre los católicos como José Manuel Estrada o Pedro Goyena, y los liberales entre los que se destacaba Ramos Mejía, muchos de estos últimos también masones. Todo esto en un país que por su política inmigratoria era destinatario de una enorme cantidad de extranjeros que duplicaban su capacidad demográfica, y a los cuales se debía recibir, acomodar en su nuevo destino, evitar eventuales disturbios y asimilar a nuestra Patria.
Biografía esquemática de José María Ramos Mejía:
La familia de nuestro biografiado estaba asentada en las tierras del Plata desde la colonia, adonde había arribado con distinguidos encargos del gobierno español.
Su bisabuelo fue en la colonia alférez real de Buenos Aires y su abuelo Francisco fue un célebre estanciero en los pagos de Maipú, famoso por ser amigo y protector de los indios pampas de su vecindad.
Es conocido el hecho de que al ocupar las tierras de su estancia, además de pagar a la Provincia el valor del campo, hizo lo mismo con la indiada que lo recorría aduciendo que ellos eran los verdaderos dueños. Como resultado de ello al firmarse el Tratado de Miraflores, que trajo la paz a la frontera, Ramos Mejía fue enviado como representante por los indios y Juan Manuel de Rosas por el gobierno de la Provincia.[2]
En el seno de esa familia nació José María Ramos Mejía el 24 de diciembre de 1849, en circunstancias excepcionales. Su padre, el coronel Matías Ramos Mejía como opositor a Rosas se unió a la revolución de los Libres del Sur, estando entre los vencidos en el combate de Chascomús. Después de esta derrota se unió a la expedición de Lavalle que terminó también en derrota.
Matías formó parte de los exiliados que llevaron los restos de Lavalle a Potosí, de donde partió para radicarse en Montevideo, donde se casó con Francisca Madera. Allí fue que al embarazarse doña Francisca, esperó a estar a término y arriesgando su vida y la de su cría desembarcó clandestinamente en la Provincia de Buenos Aires donde nació su hijo, argentino nativo gracias al heroísmo de su madre.[3]
Producida la batalla de Caseros su familia retornó del exilio a Buenos Aires, donde con atraso por las vicisitudes vividas, comenzó José María su educación en primeras letras[4]. Fue inscripto en el Seminario Anglo-Argentino del Ferrocarril, luego en el Colegio Luis de la Peña donde finalizó la escuela primaria y tal vez empezó el secundario, hasta inscribirse en Departamento de Estudios Preparatorios de la Universidad de Buenos Aires que en ese entonces era de carácter provincial[5].
Allí tuvo un serio inconveniente para su carrera: en 1871 un alumno de la Facultad de Derecho se suicidó por haber reprobado (injustamente se decía) una materia, lo cual conmocionó al mundo académico. Ramos Mejía (a punto de finalizar el secundario) fue uno de los promotores de la protesta y con el apoyo del alumnado más unos pocos profesores de ideas liberales fundó el periódico estudiantil “13 de diciembre”, donde expresaron sus ideas entre otros, Vicente Fidel López, y Juan María Gutiérrez. Algunos periódicos de la prensa diaria también se unieron al reclamo que finalmente consiguió instaurar algunos de los cambios efectuados entre 1883 y años posteriores.
Pero la Universidad no fue benigna con los cabecillas de la revuelta, Ramos Mejía fue suspendido como alumno y acusado de delitos de imprenta y gracias a la intervención del Dr. Amancio Alcorta, ministro del interior y de instrucción pública y rector del Colegio Nacional Buenos Aires pudo lograr ser reincorporado y finalizar su bachillerato.
Ya alumno de la Facultad de Medicina, en 1873 fue uno de los fundadores del Círculo Médico Argentino, donde fundó y dirigió los “Anales del Círculo Médico Argentino” pronto convertidos en una prestigiosa revista médica.
En 1874 suspendió sus estudios para participar, en compañía de su padre y un hermano, en el golpe de Estado que dio Mitre para evitar que asumiera como presidente Nicolás Avellaneda, sucesor de Sarmiento.
Vencidos en el combate de la Laguna La Verde, los tres fueron tomados prisioneros, pero no sufrieron graves penurias. Concomitante con estos hechos José María inicia su carrera como periodista publicando en los periódicos El Nacional, La Libertad, y La Prensa, con el pseudónimo de “Licenciado Cabra”.
Sin haber finalizado sus estudios médicos publicó en 1878 el primer tomo de “Las neurosis de los hombres célebres de la historia argentina”.
En el mismo, luego de un excelente comentario de los principales trabajos mundiales acerca de los adelantos psiquiátricos, los aplica al estudio de un personaje, Juan Manuel de Rosas. Prologada por Vicente Fidel López, y elogiada por Sarmiento, la obra cimentó un gran prestigio para su autor, que ya en este primer libro justifica su credo positivista, en la necesidad de buscar en la mente de los protagonistas el resultado de sus acciones. Dice así como resultado de aplicar estos principios al finalizar la obra:
“La explicación de ciertos acontecimientos históricos debe buscarse, en muchas ocasiones, dentro del cráneo de algún hipocondríaco, o de algún mandatario enardecido por las vibraciones enfermizas del encéfalo”. [6]
En 1879 se doctoró en medicina con su tesis “Apuntes clínicos sobre el traumatismo cerebral”[7].
Pertenecieron a la misma camada de egresados los luego ilustres colegas José Penna, Pedro N. Arata, y Enrique Revilla.
En los comentarios acerca de las tesis más destacadas de ese período el compilador, Marcial Candioti, destaca y comenta en su “Catálogo” las tesis de Penna, Ramos Mejía y Revilla.[8]
El mismo año de su graduación Ramos Mejía contrajo matrimonio con María Celia de las Carreras.
En 1880 intervino en el levantamiento contra la federalización de Buenos Aires como Inspector de Hospitales de Sangre, que finalizó con la derrota de los revoltosos. Vuelta la paz se desempeñó como médico en el Hospital San Roque y perito de los tribunales hasta que fue designado miembro de la Comisión Municipal de la Ciudad de Buenos Aires. Tal vez su contribución más notable en ese nuevo cargo fue la creación de la Asistencia Pública de la ciudad.
Así el 7 de agosto de 1882 ingresó a consideración de dicho cuerpo un proyecto de su autoría, para elevar al Ministerio del Interior, propiciando la fundación de una Dirección General de Asistencia Pública que aglutinaría el manejo de hospitales, asilos y otras instituciones de beneficencia municipales a imitación de la Asistance Publique de la Ciudad de París.
Aprobada por el Consejo la solicitud tuvo buena recepción en el Ministerio y con fecha 31de enero de 1883 se designó a Ramos Mejía como primer director general de la Asistencia Pública de la ciudad.[9]
Los resultados de la Asistencia Pública se vieron casi de inmediato. Agrupados bajo su mando los Hospitales San Roque, la Casa de Aislamiento, y el hospicio de las Mercedes, se estableció una política sanitaria.
Se logró un aumento del rendimiento hospitalario, se crearon consultorios externos para aliviar la falta de camas en los hospitales, se nombraron veinte médicos para atender a domicilio las urgencias en ambulancias tiradas por caballos, se disminuyeron los casos de enfermedades venéreas que eran abundantes entre una inmigración de varones que dejaban la familia en sus países de origen, se reglamentó la prostitución, se crearon el Instituto Antirrábico, el registro de pobres, y la sociedad de cremación.
A estas creaciones puede agregarse el Hospital de Crónicos, el Laboratorio Bacteriológico Municipal y la Escuela de Enfermería.
Pese a estos éxitos Ramos Mejía no duró mucho en su cargo a causa de un choque de opiniones con el intendente Torcuato de Alvear.
Durante la epidemia de cólera de1886, el Congreso Nacional otorgó poderes extraordinarios a Ramos Mejía, quien comenzó a usarlos provocando que el intendente Torcuato de Alvear creyese que ignoraba su autoridad. Por esta razón, una vez finalizada la epidemia, Ramos Mejía fue exonerado de su cargo. Repuesto en el mismo por las múltiples presiones que recibió el ejecutivo municipal, lo ejerció unos meses hasta terminar el período reglamentario y se alejó definitivamente.[10]
Como publicista en 1882 publicó el segundo tomo de “Las neurosis de los hombres célebres de la historia argentina”, donde trata acerca de la melancolía del Dr. Francia del Paraguay, las alucinaciones del fraile Aldao, el histerismo de Monteagudo, y la paranoia de Brown.
En 1887 La Facultad de Medicina le ofreció el cargo de Profesor Titular de Higiene para reemplazar al Dr. Guillermo Rawson que se jubilaba, cargo que no aceptó por no considerarse a la altura de los conocimientos médicos necesarios para desempeñarlo. Sin embargo en 1887 sí asumió la titularidad de la nueva Cátedra de Enfermedades Nerviosas, cinco años más tarde que Charcot inaugurara la suya, La salpetriére en Paris, por lo cual sería la segunda cátedra de la especialidad en el mundo occidental. Los trabajos prácticos de la especialidad se cursarían en el Hospital San Roque, poco después llamado Ramos Mejía por haber sido médico del mismo y por haber tenido su despacho de la Asistencia Pública en su piso alto.[11]
En 1893 publicó “Estudios Clínicos sobre las Enfermedades Nerviosas y Mentales” que reúne gran parte del material de sus clases universitarias.
Entre 1888 y 1892 fue electo diputado Nacional. Al finalizar su mandato en 1892 y hasta 1898 ocupó la dirección del Departamento Nacional de Higiene y según era su hábito vigorizó las funciones del mismo.
Confeccionó el primer Codex Medicamentarium Argentino, creó los inspectores sanitarios, y en época tan temprana como 1894 fundó el cargo de Inspector de Fábricas e Higiene Industrial.
El genio de Ramos Mejía ya vislumbraba que en el país, junto a la producción del campo estaba por arribar una modesta pero creciente actividad fabril, que produciría accidentes y enfermedades, por lo que la medicina debía velar por la salud del operario.
Lamentablemente, muchos de sus contemporáneos tardaron en darse cuenta de este hecho. No había entonces leyes ni ordenanzas que reglamentaran la labor del obrero. Por consiguiente solamente se pudo compilar estadísticas y observaciones pero no aplicar medidas pues ningún reglamento las avalaba.[12] Tuvo también algunas polémicas con la inmigración judía del litoral a la cual acusaba que en sus colonias no existían mínimas normas de higiene.
Un último hecho demostrará la energía puesta en su cargo. Una epidemia de peste cuyo foco se encontraba en tierras paraguayas comenzaba a atacar al litoral. Establecido el hecho, Ramos Mejía realizó una invasión sanitaria desembarcando un contingente argentino en la vecina república y sin esperar ningún permiso efectuó las acciones sanitarias para extinguir la epidemia. Cumplida la misión los argentinos se retiraros dejando que las cancillerías de ambos países arreglaran el entuerto.[13]
En el ámbito académico en 1893 fue electo miembro de la Junta de Historia y Numismática Americana, en la actualidad transformada en Academia Nacional de la Historia.
En 1895 publicó “La locura en la historia” donde estudia el fanatismo religioso, obra cuyo prólogo solicitó a Paul Groussac quien no estaba de acuerdo con las conclusiones a las que se arribaba, pero elogió el método y el elegante estilo. En 1899 dió a la prensa “Las multitudes argentinas” obra que sigue la línea de pensamiento inspirada por Le Bon en Francia y que se considera la iniciadora de la psico-sociología en la Argentina.
En lo profesional, después de su cargo en el Departamento de Higiene, dirigió el prestigioso Instituto Frenopático, y fue asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores para la Convención Sanitaria Internacional de 1904.
Ya en el nuevo siglo en 1904 publicó “Los simuladores del talento en la lucha por la personalidad y la vida”. En 1905 fue miembro de la Academia Nacional de Medicina, y en 1907 dio a conocer una de sus obras fundamentales: “Rosas y su tiempo”.
El año de 1908 implicó para Ramos Mejía un gran cambio en su actividad pública pues el Presidente de la Nación José Figueroa Alcorta lo designó Presidente del Consejo Nacional de Educación.
En esos años la Argentina enfrentaba un grave problema producido por la inmigración. En pocos años después de Caseros la composición demográfica Argentina había cambiado drásticamente; casi seis millones de seres humanos habían cruzado el Atlántico con rumbo a nuestra nación. De los que lo hicieron cerca de tres millones se adaptaron radicándose en nuestra tierra y trayendo con ellos a sus familias. Ello significaba una mezcla de razas y culturas que superaban a los primitivos criollos habitantes del país.
Tan gran fenómeno inmigratorio preocupó a las clases sociales gobernantes pues no era fácil amalgamar esa multitud. Comenzaron así los debates sobre el ser nacional y cómo implantarlo en la inmigración. Algunos autores comenzaron a oponerse a la llegada de los foráneos que el mismo gobierno había atraído por su propaganda en Europa, mientras otros como Ramos Mejía pensaban más en enfrentar los hechos ya consumados.[14] Al respecto uno de los primeros informes elevados desde su nuevo cargo decía: “ En la gira que realicé con el entonces inspector general de la capital, don Pablo A. Pizzurno, pude comprobar personalmente, por ejemplo, que en la Escuela Mitre los salones estaban adornados con retratos de Humberto 1° y algunos otros miembros de la casa reinante en Italia y de próceres de la misma nación. Pero no abundaban por cierto, en la misma escuela, ilustraciones que representaran a los héroes que contribuyeron con su inteligencia y con su sangre a darnos patria y libertad. En la escuela Avellaneda en fin, por no citar más, una maestra de nacionalidad rusa, daba clases en este idioma, induciendo a los niños a que lo hablaran”…[15]
La solución a este problema propuesta por Ramos Mejía era: se necesitaba revivir en el argentino nativo esa fibra dormida del patriotismo y conquistar al extranjero en sus hijos por la escuela.[16]
Ese fue entonces el inicio de la educación patriótica de la escuela primaria (luego también de la secundaria) que con las necesarias reformas perdura aún hasta nuestros días.[17]
Esta educación se basa en rituales patrióticos, como la formación para izar y arriar la bandera, el canto de la canción “Aurora”, el festejo de los días de la Patria y de sus más destacados hijos, incluso con representaciones por parte de los niños de lo ocurrido en la historia, colocando el nombre de próceres a las escuelas etc.
Concomitante con los rituales, la instrucción del educando debía basarse en un profundo estudio de la Argentina en su geografía, historia, literatura, derechos ciudadanos y otras materias concurrentes.
Finalmente existía el ejemplo del maestro, que recibía una consideración social importante por llevar una vida impoluta, una presencia pulcra, un presentismo sin faltas, y un sueldo digno pero no muy alto para demostrar que a la Patria se la sirve por amor y no por interés.
Además de estas acciones el Consejo Nacional de Educación, por sugerencia de su presidente encargó a Leopoldo Lugones, que no concordaba precisamente con Ramos Mejía, el escribir una biografía de Sarmiento que se distribuyó por todas las bibliotecas escolares. Simultáneamente se encargó a Juan P. Ramos la “Historia de la Educación Primaria” que se dio a conocer en dos volúmenes en 1910, junto con los festejos del Centenario en los cuales la educación colaboró en gran forma.
En 1909 algunas de sus iniciativas se publicaron como la “Escuela Argentina en el Centenario” que contenían entre otras: un proyecto de monumento al maestro, diseño de exposiciones escolares, Museo Histórico Escolar para la enseñanza a la niñez de la historia patria, concursos de historia y educación en la Argentina, etc., todos proyectados por Ramos Mejía y sus colaboradores como Juan P. Ramos, Pablo Pizzurno, Raúl Diaz y otros.
Bajo su mandato se comenzó a editar la revista “El Monitor de la Educación Común” que resultó señera en su tipo. Igualmente, los maestros recibieron su atención creando para ellos seguros médicos
En 1905 se votó en el Congreso Nacional la ley Láinez que autorizaba al Ejecutivo Nacional a crear escuelas en toda la República donde se percibiera la necesidad de ellas. Usando esta prerrogativa Ramos Mejía edificó en su gestión 15 escuelas en la capital, 34 en las provincias, y 25 en los territorios nacionales, además de las escuelas al aire libre, para niños débiles, para adultos, y otras en el ejército para conscriptos. En comparación, salvo Sarmiento nadie había creado tantas escuelas en el país.[18]
Pero no todo fue tan fácil. Ramos Mejía era un promotor de la ley 1420, y desconfiaba de las escuelas particulares a las que puso en estricta observación. Esto le valió enfrentamientos en especial, y por segunda vez con la comunidad judía. Por ejemplo reglamentó que en las escuelas privadas que tuviesen dos o más maestros, el segundo debía ser argentino nativo y el encargado de las materias patrióticas.
Su fuerte carácter contribuyó a agrandar los problemas por lo cual él y todos los vocales del Consejo Nacional de Educación presentaron su renuncia en 1912.
Como publicista entre 1910 y 1911 publicó una serie de artículos en el periódico “Sarmiento”, que fueron reunidos bajo el título de “A Martillo Limpio. Estampas y Siluetas Repujadas”. Sin dejar de trabajar en los asuntos de interés público, luego de su última renuncia escribió sobre “la Argentina Contemporánea 1852-1906”, “La familia delirante” y “Las Revoluciones Sudamericanas”.
José María Ramos Mejía falleció en Buenos Aires el 14 de junio de 1914 a los 65 años. Entre los múltiples honores que se le confirieron tras su deceso figura en forma destacada el de cambiar el nombre del Hospital San Roque por el de Ramos Mejía.
Algunos comentarios sobre su obra
La labor de Ramos Mejía como publicista y hombre de reflexión impresiona fuertemente a quien se aproxime a ella, sabiendo que al mismo tiempo se desarrollaba en su otra faceta de creador y hombre de acción.
El primer dato que sorprende al lector es que, junto con el Dr. Penna, son dos de los próceres médicos de la época que no realizaron el habitual viaje iniciático a Europa para ampliar sus estudios. Pese a ello Ramos Mejía hace gala de su permanente actualización de conocimientos que aplica y adapta a la realidad de la Argentina de sus tiempos. El positivismo fue su método y escuela, quedando como uno de los primeros próceres médicos que adoptaron su doctrina. Notablemente amplió la visión médica con el empleo de una nueva ciencia. Efectivamente, si bien desde los antiguos griegos hubo en los intelectuales un pensamiento social, no existía como rama separada del saber la sociología, fundada como “Mecánica Social” por Augusto Comte. Ciencia que en una Argentina migratoria y con un pasado de luchas sociales como evoca Sarmiento en su “Facundo”, era indispensable en un país como el nuestro.
El genio de Ramos Mejía no dejó pasar esa oportunidad, y uniendo su talento de psiquiatra al estudio de las personalidades y las masas dejó una escuela de brillante investigación.
Hombre de su tiempo y de su clase social, Ramos Mejía no pudo sustraerse de algunos de sus prejuicios. No es éste el momento de hacer una investigación profunda sobre el caso, pero queda la duda de si este biografiado no tenía una cierta prevención antisemita. Otros autores como Ayarragaray lo explicitan más claramente, cuando por ejemplo habla de la “ralea judía”[19]. Y es que en el positivismo universal se produjo una fuerte corriente para “definir lo normal”, “clasificar individuos” y “discriminar”.
En nuestro país ocurrió lo mismo y aún quedan inadvertidos resabios, como por ejemplo el artículo 25 de nuestra Constitución Nacional que establece el fomento de la inmigración europea[20]
Iguales consideraciones podrían hacerse respecto a la figura de Rosas, llamado el “Calígula del Plata” según era opinión corriente en la época.
Para las masas, el “hombre de carbono”, como lo llama en “Las Multitudes Argentinas” se caracterizaría por su irracionalidad y su sugestibilidad, pero su gestión en el Consejo Nacional de Educación hace ver que posiblemente Ramos Mejía era un creyente en la posibilidad del perfeccionamiento por la enseñanza.
Su brillante desempeño está también marcado por sus ideas laicas de masón. Ellas se advierten en su defensa de la ley 1420.
Como todos los liberales de su tiempo, Ramos Mejía tuvo conflictos con la educación religiosa y sostuvo las antinomias de Estado versus Iglesia, escuela versus parroquia, maestro versus sacerdote, y ciencia versus fe.
Su aporte a la educación patriótica es invalorable como contribución a la argentinidad; y la posibilidad de ascenso social de la educación dada por el Estado es la que definirá las acciones de las próximas generaciones de la Patria.
En resumen. Con los aciertos y errores de su tiempo (como los tendremos también seguramente los que estemos leyendo este escrito), la figura de José María Ramos Mejía se destaca como un hombre múltiple y genial al cual se le debe un brillante aporte para el progreso argentino.
[1] Kohn Loncarica, Alfredo G.: y Agüero, Abel L. El contexto Médico. En: Biagini, Hugo. El Movimiento Positivista Argentino. (comp.) Buenos Aires. Universidad de Belgrano1985. Pág.121.
[2] Agüero, Abel Luis; y Franci, José María. Dr. José María Ramos Mejía. Buenos Aires. Revista Mundo Hospitalario de la Asociación de Médicos Municipales. Marzo-abril de 1983. Pág. 5.
[3] Agüero; y Franci. Ibidem.
[4] Pérgola, Federico. José María Ramos Mejía. Buenos Aires. Revista Argentina de Salud Pública.2015. Dic. 6(25)41-42.
[5]HTTP:. Educar/recursos/70951/José-maría-ramos-mejía-1849-1914 1°/7/24 (actualizado a marzo de 2011) Universidad pedagógica Buenohttps://wellcomecollection.org/works/mcw48c7hs Aires. Consultado el 3/07/24
[6] Clementi, Hebe. José María Ramos Mejía. (1849-1914). En Biagini ,Hugo. Opus cit,Pág. 393.
[7] Candioti, Marcial R. Bibliografía doctoral de la Universidad de Buenos Aires y catálogo de las tesis en su primer centenario, 1821-1920. Buenos Aires, Talleres Gráficos del Ministerio de Agicultura de la Nación. 1920.
[8] Candioti,M. Opus cit. Págs. 242 y sigs.
[9] Penna, José M.; y Madero, Horacio La Administración Sanitaria y Asistencia Pública de la Ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires. Edición Ofcial. 1910. Https/ Lemus, Jorge D.; y lucioni; María C. La Semana trágica y el sistema público de Salud. Consultado el 12/7/24. Agüero, A.L;, y Franci, J. M. Opus cit. Pág. 5.
[10] Agüero; y Fanci. Opus cit.Pág. 5
[11] Alegre, Ricardo F.; Bartololoni, Leonardo C.: Y Sica Roberto E. P. Historia de la Cátedra de Neurología de la Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires. Revista Vertex. Vol. De diciembre de 2016.
[12] Agüero; y Franci. Opus cit. Ibidem
[13] Agüero; y Franci. Opus cit. Ibidem
[14] Biagini, Hugo Acerca del carácter nacional. En Biagini H. (comp.) Opus Cit. Págs. 27-36.
[15] Agüero y Franci, Opus cit Pág. 6
[16] Agüero y Franci, Opus cit Pág. 6
[17] HTTP:. Educar/recursos/70951/José-maría-ramos-mejía-1849-1914 1°/7/24 (actualizado a marzo de 2011) Universidad pedagógica Buenohttps://wellcomecollection.org/works/mcw48c7hs Aires. Consultado HTTP:. Educar/recursos/70951/José-maría-ramos-mejía-1849-1914 1°/7/24 (actualizado a marzo de 2011) Universidad pedagógica Buenohttps://wellcomecollection.org/works/mcw48c7hs Aires. Consultado 3/7/24
[18] Agüero; y Franci. Opus cit. Ibidem. HTTP:. Educar/recursos/70951/José-maría-ramos-mejía-1849-1914 1°/7/24 (actualizado a marzo de 2011) Universidad pedagógica Buenohttps://wellcomecollection.org/works/mcw48c7hs Aires. Consultado HTTP:. Educar/recursos/70951/José-maría-ramos-mejía-1849-1914 1°/7/24 (actualizado a marzo de 2011) Universidad pedagógica Buenohttps://wellcomecollection.org/works/mcw48c7hs Aires. Consultado 3/7/24
[19] Biagini, Hugo en Biagini H. (comp.) Opus Cit. Págs. 27-36
[20] El destacado es del autor.